Del Poblado a Los Olivos, camino a conocer lo que queda de la casa en donde mataron a Pablo Escobar. A pesar de su funesto pasado reciente, Medellín es una ciudad hermosa, de arquitectura tan diversa como arriesgada sobre una superficie accidentada. El paisa suele ser simpático y cortés. Los taxistas siempre están dispuestos a la plática. Muchos de ellos ocurrentes, cómicos y hasta parlanchines. ¿De dónde es usted, patrón? me pregunta utilizando ese sustantivo tan repetido en narconovelas que retratan la realidad que se vivió en aquellos años. Dominicano, le contesté. ‘’Uy, que rico. Sol y playa. Ahí nunca pasa nada malo. Jamás se escucha una noticia negativa de República Dominicana’’, me reitera con su marcado acento antioqueño. Su percepción sobre nuestro país me puso a reflexionar durante algunos minutos. Es posible que como país estemos más cerca de la apreciación a distancia del taxista paisa que de la pesimista opinión que tenemos los mismos dominicanos. Padecemos nuestros estiércoles internos que están a la vista de todos los que estamos dentro de estos 48 mil kilómetros cuadrados. Nos sobran un montón de políticos corruptos, empresarios explotadores y evasores, carecemos de estrategias largoplacistas que ayuden a construir una sociedad educada y sostenible en el tiempo, el transporte un caos, la típica violencia callejera que se genera en cualquier sociedad en donde la desigualdad está a flor de piel. Lo sé, existen otros males, pero, ¿en algún momento nos hemos detenido a evaluar los beneficios de vivir en un país que en contadas ocasiones se ha convertido en noticia negativa continental? Que a pesar de los despropósitos de algunos políticos se vive en una estabilidad que genera confianza a inversionistas, contando con una moneda que ha tenido un desempeño aceptable en comparación con otras, acompañada de la economía que más ha crecido de todo el Caribe durante los últimos 20 años, con un sector de servicios que va de la mano con la conectividad más eficiente. Un país con la más moderna infraestructura vial y la capital más grande, poblada y pujante de la región, logrando la soberanía alimentaria con múltiples y abundantes productos gracias a las riquezas de unas tierras de alta productividad que también resguardan en su subsuelo las minas de algunos de los minerales más valorados como el oro (aunque Canadá se lo robe). Dueño de las montañas más altas de la zona en donde nacen decenas de ríos que resisten la mano depredadora de asesinos del medio ambiente. Microclimas diversos a cortas distancias en donde se puede pasar de los asfixiantes 34 grados C a los refrescantes 14 grados en tan solo 20 minutos de carretera. El país líder del turismo regional gracias a cientos de kilómetros de paradisíacas playas de arena blanca y aguas cristalinas, poseedor de una exquisita cultura culinaria que ha fusionado la cocina indígena con la africana y la española, que va de la mano de ritmos musicales que enamoran oídos y caderas de foráneos. Más allá de los sinsabores ineludibles y cotidianos que enfrentamos los dominicanos, tenemos el privilegio de vivir en un país en el que los conflictos están más presentes en las discusiones de béisbol y de política. Conozco un noruego que cambió el desarrollo y estado de bienestar de su país para radicarse definitivamente en el nuestro. Le pregunté sobre las razones para tomar esa radical decisión. ‘’Porque este es el paraíso’’ me replicó. Quizás el taxista paisa, y su opinión a distancia, sea dueño de la razón. (RAUL BRETÓN)