Por: Rolando Robles.

Fue un fin de semana algo extraño, porque del “susto” del movimiento telúrico a media mañana del viernes y la réplica del final de la tarde, pasamos a envolvernos en la novedad del eclipse solar. Es en tal circunstancia que me encuentro con el doctor Ruddy Aquino, un médico dominicano que abandonó la profesión por darle riendas sueltas a una pasión interna que descubrió cuando aún era un estudiante de post grado en la Universidad Nacional de México.

Ruddy es un persistente vendedor de medicinas naturales y como tal, siempre está dispuesto a hablar largo y tendido de los temas asociados a la madre naturaleza. De suerte que abotonamos la tarde del lunes y nos adentramos en los dos acontecimientos que recién ocuparon la atención de los newyorkers. Claro, hubimos de contar con la presencia de otro invitado, también de origen natural y muy útil al momento de aclarar conceptos: la ancestral “uisgebeatha”, o “agua de vida”, un regalo del fraile John Cor de la Abadía de Lindores, Escocia, para el disfrute humano de la cordura.

Los movimientos telúricos no son muy comunes en Nueva York y la gente cree que se debe a la sólida formación rocosa que se le atribuye a la isla de Manhattan. Cual que sea la razón, es muy cierto que casi no tiembla la tierra en la Gran Manzana o que tal vez no lo sentimos. Este earthquake del pasado viernes 5, alcanzó los 4.8 puntos en la denominada escala Richster, que se usa desde 1935 y mide terremotos relativamente débiles. Su epicentro se localizó en New Jersey, a unos 70 km. de distancia.

Personalmente no sentí el seísmo de la mañana porque viajaba en el tren A rumbo a Times Square; tampoco pude apreciar la réplica de la tarde, que resultó ser de menor intensidad. Sin embargo, al salir a la calle 42 con octava avenida, si pude notar el alboroto y las muchas personas que aún permanecían fuera de los edificios de trabajo. Ya a la media hora del hecho, digamos, a las 11 am del viernes, el temblor no era mas que otra historia para contar.

Pero Ruddy y yo, ya anocheciendo el martes 9, seguíamos repasando la historia que mal recordábamos, acerca de los terremotos en NY. Apurando el cuarto o quinto sorbo de la maravillosa “agua de vida” escocesa, el doctor me apuntó, con la parsimonia tan propia de la gente de Tenares, que “este es el temblor mas fuerte desde hace años y el de mayor intensidad fue registrado en los tiempos de la segunda guerra mundial, en 1944; aunque se habla de uno que sucedió en 1884, en Brooklyn. Lo que no sé es por qué dicen que marcó 5.2, si la escala Richter la inventaron en 1935”. 

Esto me dice que el doctor hizo su tarea. De modo que, me acomodé para oír la historia que me ilustrará Ruddy, aunque ya, algo “tocado por la medicina infalible”. “Se registra una veintena de temblores sentidos en la Babel de Hierro, pero ninguno ha sido catastrófico”; Maestro, me dice, halagando mi ego por el inmerecido título: “déjese de vainas, Nueva York es Nueva York y todo el resto es maco y culebra, ni los terremotos pueden con este monstruo natural”. La cátedra continúa y yo no puedo negar que la disfruto a fondo, aunque creo que ya es hora de modificar el rumbo.

Aun y cuando traté de cambiar la ruta, el doctor me sentó de nuevo en el pupitre y con la autoridad que otorga la justeza del pensamiento -aunque la exposición no se recibe  tan diáfana como se emite- me dijo, volviendo al punto: “de esos veinte terremoticos, mas o menos, el último, antes de este del viernes, fue el de 2023, que se localizó en Westchester County y marcó solo 2.2 en la escala Richter”.    

Maravillado por la elocuencia del doctor, aproveché que alguien se acercó a saludar y así pude redireccionar la conversación, moviéndola al segundo tema de nuestra charla mutua: el asunto de los eclipses de sol y de cómo recibió Nueva York el reciente del lunes 8 de abril. Se estima que en los zafacones de la ciudad hay hoy más de un millón de lentes plásticos, comprados exclusivamente para observar sin peligro el fenómeno.

La verdad es que para la gente joven, que no ha visto ese momento en que la pequeña Luna se coloca entre la Tierra y el gigantesco Sol, cubriéndolo de manera parcial o total, resulta novedoso. Son unos pocos minutos, pero hay que disfrutarlo, por eso lo de los lentes protectores de rayos ultravioletas.

El otro aspecto que impacta es que a la Luna, satélite natural de la Tierra, casi nunca tenemos oportunidad de verla de día, porque el rey Sol nos lo impide, especialmente en las horas del mediodía. Solo hay que recordar lo extraño que nos resulta ver una chica que llega a casa de día con el traje que vistió de noche.

La Luna, siempre bella como todas las mujeres, nos parece más interesante cuando la vemos “vestida para parrandear”, mientras nosotros vamos a trabajar. Aunque, debo admitir, por lo general lucen tristes y cansadas. Esta imagen de la que les hablo es algo común en el subway, los lunes por la mañana.

Supongo que la euforia causada por este eclipse total del Sol, dejará deseos de ver otros en el futuro pero, habrá que movilizarse. El mas cercano será el 30 de marzo de 2033, que solo se verá desde Alaska. Hay sin embargo un para de eclipses parciales que si se podrán observar desde el noreste del país en el 2026 y en el 2028. Para ver uno total, similar a este reciente, habrá que esperar un ratito, hasta el 23 de agosto de del 2044’

De cualquier modo, la verdad es que disfrutamos del eclipse y solo tuvieron pérdidas monetarias los que como Elías Barreras -mi gordo favorito después de mí- que se trasladó hasta Ohio para gozarse el espectáculo de cerca. Arrastró a la Jefa, doña Berenice, a su hija, la bella Nicole; a Ariel su heredero, a la pequeña Emy Camila, su nieta favorita y a Deby y Joy, las mascotas de la familia.

El cansancio, queda como parte de la resaca que produce “el trancazo después del gustazo”. Pero los newyorkers siempre disfrutan la satisfacción de ser testigo de los hechos.

¡Vivimos, seguiremos disparando!

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